lunes, 1 de junio de 2009

El Tren

"Cariño, no saltes del tren." dijo él, sudando y con el corazón dando saltos. El viento corría rápido despeinando al joven y la chica en el acto. Minutos atrás ambos habían estado sentados juntos, conversando de los planes y de que harían ahora que cerca no estarían más. De la nada ella se paró y en menos de un minuto a punto de saltar. Sus ojos llorosos y llenos de temor, como el resto de su cuerpo, como el estado de su vida desde la noticia.

"Está bien, no lo haré." El temblor paro bruscamente, y los ojos dejaron de llorar. El ruido hecho por el tren hacía que lo sucedido no lo supieran los demás, así que ambos podían regresar tranquilos y en paz. El le extendió la mano, mientras recordaba lo triste que fue su vida antes de que ella llegara, y con ella todo empezó a brillar. Recordó también el momento en el que se entero sobre la mudanza de su familia. Solo quedaba esta salida al campo, y al regresar no se verían más.

"¿Por qué?" dijo él tras el rechazo de la tendida de mano. No lo entendía, y aun si estuviera en gráficas no podría. En menos de lo que demoraron en sentarse, su cara llena de alegría de lágrimas se había llenado, los cariños se volvieron en rechazo. Y su amada caminaba una vez más al borde del vagón. El sol ya se iba, y la campana que daba anuncio a la llegada de la comida se mezclaba con el rechinar del vapor condensado vuelto energía.

"Algún día podrás comprender" contesto ella. El temblor regresó más frenético y airoso, moviendo su cuerpo hacía aquel lugar peligroso. No se atrevía a decir palabras; la chica quería decirlas, pero no podía. Cerró los ojos y volteó a ver al amado con el que había disfrutado de la vida los últimos dos años, y le sonrió… Y el cuerpo de la chica del vagón fue tomado; rocas y piedras no hubieron para detener el salto, el tren por un puente estaba pasando. No hubieron más sonidos, solo su llanto y el agobiante rechinar. En pocas horas llegaría el tren a la ciudad. Mil y un preguntas el muchacho tendría que contestar

No se le imputó cargo alguno, se podía ver claramente su sinceridad. Pasaron días, años, lustros; pero el pobre muchacho jamás comprendió por que ella saltó del vagón. Al funeral no fue, ni al cementerio una vez al mes como le prometió aquel día en el parque a las tres. Su partida dejó un vacío, y el hoyo aun no se ha podido llenar. Ni el dinero, ni el alcohol, ni las noches con las chicas malas de la ciudad. Ni limosnas, ni caridad, nada de esta ciudad pudo y nada podrá.

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