lunes, 22 de junio de 2009

Sin Señal

Golpeó una y otra vez la pantalla sin vida. Era el clásico partido por el que había esperado todo el día. Dejó el trabajo a un lado, aun la cita con el quiropráctico. Todo para que ahora aquel aparato le mostrara una combinación de negros, blancos y grises. Enfurecido, lanzó al piso el plato de lomito que su esposa había dejado en el sillón. Ella se había escondido debajo de la cama. La última vez que se cruzó en el camino de su marido enojado, una lluvia de insultos y puñetazos acabaron por dejarla en el hospital. "Fue un accidente, nada más" dijo temblorosa al doctor de turno. La dejaron ir, aun cuando sabían que un accidente no había pasado.

"Desgraciado aparato" decía incontables veces mientras daba vueltas alrededor de la sala. En círculos, luego en cuadrados, y luego zigzageando, la cólera del hombre iba aumentando. Prendió una y otra vez el monitor, pero el resultado siempre era el mismo. El zumbido no ayudaba en calmarlo, la menuda cabellera iba perdiendo cabellos; el color claro de su piel se enrojecía: era un tomate peludo que amenazaba con manchar de rojo todo el cuarto. "Mujer, me voy a donde Albert". Al no escuchar respuesta, cogió la chaqueta y salió de la habitación. La esposa salió del escóndite y con cuidado recogió los restos del plato de lomito.

El hombre tomó un taxi y le gritó al conductor en cada uno de los semáforos en los que paró. El conductor, viejo y demacrado, no hacia nada más que decir "Disculpe señor". Cuando llegaron a la casa de Albert, le arrojó dos monedas al azar, y cerró la puerta en el acto. El conductor se alegró, le había pagado el doble. Murmuro unos cuantos insultos y su camino siguió. Una empanada y un pastel, eso es; pensó, había encontrado en que gastar el exceso de dinero. Mientras tanto, el tomate humano tocaba el timbre de su hermano Albert.

Al no escuchar respuesta tras varios intentos, decidió subir hasta el piso quinto. Tocaría, y si fuera necesario, derribaría aquella puerta para ver finalmente el partido. En el cuarto piso escucho el ruido del televisor. Eran gritos y silbidos; seguramente su hermano estaba viendo el partido. Apuro el paso y toco la puerta con una fuerza descomunal. "Hermano" dijo Albert al verle. "¿Qué te trae por acá?" pregunto extrañado. Albert no veía a su hermano desde la navidad de hace dos años. "Nada fuera de lo común hermano. ¿Estás viendo el partido?" El color de su piel empezó a desrojecer. "Si estás hablando del clásico, pues te has equivocado. Lo pasaran recien el sábado."

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