domingo, 14 de junio de 2009

El tricameron

Todo empezó con un leve error. Las llaves del carro ella dentro olvidó; suceso que la obligó a buscarlas a kilómetros de distancia de aquel alejado lugar. El peligro de perder pedazos de carro -lunas, llantas, aros- hizo que el grupo se separara en dos. Marvic, Michael y Alonso se quedarían en Ciudad de Dios, mientras que las señoras Helen y Mery irían a prisa a recoger el duplicado. La noche había llegado, y el frío era terrible. Los tres jovenes entraron a la tienda para comida poder tener. Consiguieron tostadas, pan, mantequilla. También una vela y fósforo para alumbrar el cuarto que no tenía electricidad.

Entraron tan rápido como pudieron, porque el frío hacía que temblaran pues. Prendieron la vela y la sujetaron a la mesa con unas cuantas gotas de cera. Alonso, que todo el día había estado inquieto, fue poseído por el deseo de incendiarlo todo. Probó con papeles, llaves - que luego el chico lamió- y la bolsa que tenía el pan. Detenido fue en el momento que intentó su cabello quemar. Era un peligro que Marvic y Michael no podían dejar pasar; de pirómanos se les podía acusar. Los panes uno a uno fueron comidos, y la gaseosa fue servida en un vaso comunal. Nadie se detuvo a pensar en la higiene o cosas como esas, la porcina se veía lejos, muy lejos.

El ambiente oscuro, frío y coloquial; junto al mucho tiempo que ellos iban a esperar tiene una consecuencia clara y obvia: empezaron las historias de terror. La vela intencionalmente Alonso apagó, con una mezcla de saliva y coca-cola. Prendidas estas nuevamente con mucho esfuerzo y observado el carro, la sesión de cuentos empezó. No se hicieron elecciones, ni jalaron ramitas para ver quien empezaría con la infusión de terror; simplemente Marvic empezó. Contó ella una historia que miedo no infundió. Señora rica y avara regresa del más allá para reclamar un anillo que el cuidante testamentario robó.

El cuento de Michael no fue mejor; tanto así que nadie lo escuchó. Pero ocurrió un suceso que de gallina puso a todos la piel de los cuerpos. La puerta sonó revelando a los muchachos que no hay seguridad en este mundo. María, una de las chichas que ya se había ido, regresó para buscar una hoja que dejo en el cuarto de atrás. El susto ido, el turno de contar historias de Alonso llegó. Él contó algo aburrido que a nadie logró asustar. Gringos que roban órganos a nativos de la selva peruana. "¿Y eso que tiene de extraño?" dijo Michael. "Hacen eso en Arequipa y en todos lados." Callados todos estuvieron después de el comentario. Miss Helen había llegado con las llaves del auto.

Leccion del día: escuchar música hubiera sido mejor.

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