viernes, 12 de junio de 2009

Labial rojo Nº 12

Estaba ella viendo la novela. Estaban a punto de descubrir quien mató al viejo rico cuando el timbre sonó al menos unas treinta veces. Había llegado una vez más el momento de lidiar con otra borrachera marital. Renegaba por dentro -se perdería de la novela el gran final - mientras se dirigía hacia la puerta a paso firme y con el corazón indispuesto. Recordó aquella promesa hecha ante un altar casi veinte años atrás; se detuvo antes de la perilla girar y respiró. "Podría ser peor" pensó.

Lo dejó pasar sin escuchar por un momento sus muchas palabras -unas cariñosas, otras hirientes- y lo llevó hasta la habitación que alguna vez acogió a Ester. Ella se fue ni bien salió del colegio para "pasarla mejor". Nunca supo a donde fue a parar. Nunca llamó, ni dio señal alguna de estar con vida. Lo echó en la cama con cierta facilidad. Cayó como piedra en una posición que se veía incómoda. Procedió a quitarle los pantalones. Sacó la billetera, y con cuidado de despertar al ya dormido, cogió unos cuantos billetes de ésta.

Empezó a llover en la ciudad. "Gracias a Dios viniste temprano. Te pudiste enfermar" dijo en un susurro hecho con sinceridad. Suspiró. Faltaban algunos días más para que él regresara a trabajar fuera de la ciudad; por tanto, faltaban algunas borracheras más. Serían pedazos de novelas que no vería, miradas de pena de los vecinos al pasar y algunos suspiros más lo que ella tendría que afrontar. Pero ella ya no se sentía mal; había dejado de sentirse así años atrás, cuando Ester aún no se había ido. "Pérdida de lágrimas. Llorar nada cambiará." lo repitió tantas veces y por tanto tiempo que finalmente dejó de llorar.

Lo sentó sobre la cama para quitarle la camisa. Medio dormido, medio borracho; la masa gigante que balbuceaba era controlado con mucha facilidad. Pasó sus dedos por la seda importada. Se detuvo un momento en el cuello, ante la marca dejada por un labial. "Rojo Nº 12" - en un susurro otra vez - "Nada mal, nada mal." Dobló la camisa, salió del cuarto a prisa. Apagó la televisión - la novela había acabado ya, el noticiero estaba por empezar. Cogió el teléfono y marcó con gran velocidad. Contestó la voz de una mujer.

"Aló" contestó una mujer de voz ronca. Ignoraba que al otro lado de la línea estaba ella, la mujer de aquel hombre que embarcó a las 8: 10 en un taxi de poca seguridad. Unos cuantos alos más sin contestar y la mujer decidió colgar. La esposa los contaba desde la primera vez que llamó. Siempre eran seis; ni uno menos, ni uno más. "Bonito labial comadre" sin sentimiento alguno, esta vez fue ella la que pusó primero el teléfono en su lugar. Prendió de nuevo la televisión. El noticiero central estaba a punto de empezar; los titulares pasaban a gran velocidad. Muertes en la capital, lluvias en la serranía, un intento de asesinato a un presidente de Europa. Nada especial, como su día.

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