viernes, 26 de junio de 2009

Noche de luces y sombras

Coge la falda más corta que tiene y la combina con tacos y polo pequeño que revela su flaco vientre y se prepara para la acción. Escoge cuidadosamente de entre todos sus perfumes el que la acompañara en esta ocasión. Revisa por si alguien ha dejado en su celular mensaje. Negativo. Sale de casa con la nariz en alto, alrededor de ella hay un aroma a miel, o quizás néctar de alguna flor. Se despide con un beso de papá, a la vez que sutilmente dinero le pide para regresar. Papá le dice que se porte bien sin creer que ella caso le hará. Desde que cumplió dieciseis no le regaña, ni le dice que vista más recatadamente. Papá, como hombre viejo y sabio que es, la ha dejado ser.

Llega a la discoteca/bar que ella y sus amigas decidieron ocupar. Una a una llegan, hasta que todas están. Unas vienen solas - como ella - y otras con chico en brazo y sonrisa picona hacia las demás. Uniformadas, entran sin pagar: hoy es noche de minifaldas. Y como tal, si una puesta tienes, gratis tendrás la entrada, y con un poco más de suerte - y de piernas agraciadas- muchas cosas más. Pasean por el lugar, estudiando las caras, miradas, movimientos y número de cervezas en mesa de los demás. Ella se ofrece para iniciar el viejo ritual. Se acerca a la mesa número seis - cuatro chicos, seis cervezas- lanza algunas miradas, sube un poco la falda para que así todas las demás invitadas a tomar estén.

Después de la quinta botella de la segunda caja, se paran todos menos las parejas y deciden bailar. Ella, que por ahora está muy mareada, salta sobre la mesa y sacude su cuerpo sin parar. El resto la mira y ríe sin parar. Ella es una princesa, ella es el alma de la fiesta. Pero por más princesa y alma que sea, el bailecito resulta aburrido después de un rato. Para cuando se da cuenta, sus amigos lejos están. Salta de la mesa y busca alguien con quien hablar. Entre el humo y las luces fiesteras, se encuentra con un tipo rubio, alto, de cabellos rizados que solo está. Él la invita a tomar el especial de la casa, macerado de papaya en las rocas. Ella bebe con la misma sonrisa coqueta con la que tiempo atrás consiguió bebidas, comida y sentirse bien, nada más.

Ella pierde el conocimiento alrededor de las once y veintidos. Él algo en la bebida ha metido, y tranquilamente la saca del lugar. Toma un taxi al azar y le da una dirección que muy lejos de la casa de ella está. No protesta, ni se queja; está muy mareada como para saber que es lo que le pasará. Para cuando se de cuenta, estará entre las sábanas de un cuarto de hotel de mala muerte. Por ahora, lo único que hace es reír y besar. Siente calor, pero agua no hay. Mientras tanto, él galán de cabellera dorada llena su mente de imágenes morbosas que sacó de una web meses atrás. No es su primera vez, como ella hubo muchas más; y muchas otras habrán.

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