lunes, 15 de junio de 2009

Ya no jalaba

Estaba cansado de tener que ir todos los días a aquel lugar. No quería trabajar más, por fácil y mucho-dinero-por-tan-poca-cosa que fuera. No iba a quedarme en la calle, así que me sentía libre de renunciar en cualquier momento. Pero estaba aquel estúpido pensamiento que por tantos años me venía siguiendo. "Eres un bueno para nada. Nunca terminas, nunca acabas." Palabras que en principio no causaban molestia, pero con el tiempo llegaron a atormentarme. Y ahora que en realidad necesitaba liberarme del injusto trato de este trabajo, la vocecita chillona seguía hablándome. Mi cabeza dolía, y todo me molestaba.

Me dije que todo estaría bien. Contraté a un sicólogo para que me ayudara; pero contratarlo no me salió muy bien. Fueron muchas las sesiones en las que me tuvo repitiéndole los sucesos de mi vida, para al final salir con la billetera menos cargada y rencores por cosas pasadas. Me volqué entonces al yoga y la meditación. Más baratos y menos complejos, funcionaron por un buen tiempo. Hasta que el día llegó, y los muchos ejercicios para encontrar el "yo" interno se volvieron absurdos y obsoletos. Decidí no buscar nada más, por el bien de mi economía y mi quebrantada salud mental.

Pasó bastante tiempo, y llegó un momento en el que la vocecita pareció callar. Me armé de valor y caminé hacia la habitación color marrón para poder finalmente renunciar. Toque la puerta para hablar con el señor director, y decirle que se iba a quedar sin un profesor. Y una vez más la vocecita apareció. "Inútil, bueno para nada." las palabras de mamá. "Vago, flojo" mis amigos del tiempo en el que en la universidad estudiaba. "Amor, has algo mejor que estar todo el día en mi casa" mi primera y única enamorada del tiempo en el que aun creía en el amor. Muchas voces que querían decir lo mismo. No pude más.

Corrí hasta el ascensor que tantas veces subí y bajé en mis quince años de prisión. La universidad estaba tranquila, y los susurros estudiantiles callaban cuando a su lado pasaba. Seguramente vieron mi lucha interior, seguramente pensaron que loco estaba yo. Pero ellos, como yo, no vivirían más allá del día de hoy. Armé como pude unas cuantas molotovs, cortesía de un manual terrorista de una web que no recuerdo, y el mucho tiempo libre tras la deserción del yoga y la meditación. Caminé lento y seguro, mi primer blanco sería la oficina del rector. Lance, y lance, todo lo que pude quemar, quemé. Para no sentir remordimiento ni dolor, la última molotov se dirigió a mi interior.

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