martes, 23 de junio de 2009

A hard promise to promise

Cuando salí de la cárcel por tercera vez, me prometí a mi mismo que no lo volvería a hacer. Pero como tantas otras promesas que hice, está no cumplí; esta no cumpliré. No porque me falten ganas o la motivación para recurrir al crimen aquel, sino por que no volverlo a hacer es una promesa difícil de prometer. Nunca aprendí a obtener recursos de modo distinto, y cada vez que subo a la combi a pedir dinero, recibo menos. Supongo que se debe a algo tan simple como lo siguiente: los niños cantores conmueven más a la gente. Además, los cobradores no se fían de mi apariencia. No los culpo, ni yo me fío de mi mismo.

Caminé por mucho tiempo solo, muy solito. Dormía bajo el puente, con el sonido del río despertandome a ratos, de repente. Me hice uno con el sitio, y los demás vagabundos y rateros respetaron eso. Me alimentaba de lo poco que conseguía de las combis, hasta que las combis no pagaron más. Un buen día, y sin pensar, me vi a mi mismo en la calle por la que los estudiantes universitarios pasan para ingresar. Unos minutos, pocos, esperé y al fin pude ver lo que tenía que hacer: una chica hablaba tranquilamente con su celular. Como la universidad es pituca seguro que es de marca, pensé. Corrí mientras ella cruzaba la pista; el celular le arranqué. No gritó nada, ni me persiguió; pero por no tomar riesgos muy lejos llegué. Había conseguido que comer para el mes.

Vendí el celular a cuarenta y tantos soles; me compre una cerveza, un sol de pan y caramelos halls, mis favoritos de cuando tenía dinero. Un extraño sentimiento me tenía inquieto. Creí que era la culpa, pero en realidad era la cerveza fermentándose en lo profundo de mi panza. Eran minutos pasado el mediodía; y a mi puente regresé. Decidí no robar más, de corazón. Fui a la iglesia más cercana que pude encontrar; el padre estaba ahí. Le conté de como había sido mi vida. De como fue que de haber tenido un trabajo genial, lo perdí todo tras borracho ir a trabajar. Como fue que nunca conseguí mujer, por palabras ocurrentes que les dijera. Siempre fueron conmigo indiferente, más que el resto de la gente. El cura me mandó a rezar, prometiéndome el perdón de Dios si lo buscaba con sinceridad.

Y ahora, tiempo después, escribo del día aquel. A la cárcel volví a entrar; y es que me volvieron a atrapar. Al ofrecer el chico resistencia, tuve yo que mi puño estrellar en su estómago, y en mucho otros lados del cuerpo del muchacho. La policía me vio de cerca... El abogado de oficio no hizo nada que mencionar valiera. Supongo que la justicia demoró, pero hizo conmigo lo que debía hacer. Decidí escribir todo esto para no perderme entre las rejas, los otros reos no me aceptan. Descubrí que estando acá la gente se hace más fuerte, más independiente; y que no necesariamente sales con la idea de hacer bien todo. Muchas veces, nada es diferente. Así que no prometeré nada nunca más. Llego la hora de ser indiferente.

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