lunes, 22 de junio de 2009

Entre el cielo y la tierra.

Cuida mucho de que nadie lo vea; y finalmente entra por detrás del basurero. Se arrastra como puede a traves del ducto de ventilación hasta que llega finalmente a la sala de estar. La luz del cuarto era tenue, y las ventanas estaban cerradas con cartones y maderas, unos cuantos trapos que servían de frazadas. Unos cuantos chicos se le acercaron; tenían todos entre diez y doce años. Pasada esa edad, sus cuerpos normalmente no cabían por el ducto más, obligados estaban pues a buscar otro hogar. Esas eran las reglas de aquella hermandad, que tuvo lugar tiempo atrás; cuando aquel edificio decidieron clausurar. Cimientos poco estables, dijeron en las noticias. Nadie nunca quiso aquel proyecto completar.

"¿Trajiste comida?" le preguntaron a Godo, un muchacho que había escapado de casa por beber mucho su papá. "Tienen suerte enanos, hoy si pude trabajar." Sacó de un bolsillo unos cuantos panes que compró con el dinero obtenido de cantar en las esquinas, en las combis, en los restaurantes. Hoy tenía suerte; la policía, los cobradores y la mala gente solía no dejarlo dinero buscar. Partieron los panes en diez pedazos; unos más pequeños, otros menos. Comieron sin hablar, y como siempre, su hambre no pudieron saciar. Apagaron las velas y echaron a dormir una vez más. En algunas horas uno de ellos tendría que ir a trabajar; el resto, a ordenar su pequeño hogar.

Nadie sabía de que en el quinto piso de aquel edificio, una decena de niños había formado una pequeña sociedad. Todos andaban muy distraídos con el ritmo de aquella cuidad: carros, trenes, vendedores y asaltantes; demasiadas distracciones como para detenerse y observar la tenue luz que salía de aquel lugar; siempre de seis a ocho, ni un minuto menos, ni un minuto más. Alguna vez uno que otro transitante se pregunto porque un pequeño mal vestido miraba con tanta ansiedad un conjunto de cajas; "Que raro chiquillo" pensaba aquel, y seguía su camino sin mirar. Fue así por mucho tiempo, hasta que...

El veinte tres de junio de aquel año un movimiento telúrico sucedió en la ciudad. La hora eran las siete y veinte tres, y era el turno de Godo de comida buscar. El resto de los chicos estaban a punto de terminar de limpiar el sexto piso del lugar. "Ahora si cada uno tendrá su habitación" dijo Billy, el más pequeño. Después de dicho eso, empezó el movimiento. Asustados, todos trataron de escapar. Uno a uno y sin orden al ducto de ventilación entraron. Se arrastraron rápido, muy rápido; hasta que alcanzaron el segundo piso. La hora: siete y veinte cinco. El edificio viejo empezó a colapsar. Godo nunca dijo nada; nadie se molestó en buscar entre los escombros, todo fue arrojado al mar.

No hay comentarios: