lunes, 18 de mayo de 2009

El fin de los puercos.

Uno a uno fuero muriendo. Algún ser malvado decidió bautizar una enfermedad con sus nombres, y ese fue el final de los puercos. Matados de a montones, los indefensos cordados ricos en grasas monoinsaturadas pagaron un precio muy alto por una no-porcina enfermedad. La histeria fue grande, grandísima; que aún los libros que mencionaban al rosado animal fueron mandados a quemar.

Los cerdos, que por tanto tiempo consideraron al hombre enemigo, no la vieron tan mal. Después de todo, ellos se habían acostumbrado a morir en manos pentadactiladas milenios atrás. Lo único que pasaba esta vez era que todos morían de a una y que ni tiempo de la especie perdurar les dieron más. Y así fue como murieron todos los puercos, desde el jabalí hasta el yorkshire-cerdo. Y con ellos, muchas otras cosas más.

Cosas como el tocino, el jamón y algunos pokemón. No más delicias enlatadas, ni dulces parrilladas: los animales de granja se redujeron a dos. Adiós al porcicultor, y al berraco; a las alcancías y a los relojes de Porky. Estos dos últimos prohibidos para no recordar a la humanidad de la histeria vivida años atrás. Y este escritor a escondidas relata lo que pasó aquel día en que la humanidad acabo con la porcinidad...

En realidad, nada de esto pasó, pero podría pasar. Si nos dejamos llevar por la histeria en masa, y empecemos a matar a todos los cerdos habidos en cielo, tierra y mar. Y no diré que la enfermedad es una ficción, pero no hay que elevarla a proporciones colosales. Y lo digo como futuro criador de porcinos, amante del rosa y muchacho embelesado por los "Oui!" que hacen los chanchitos. A cuidarse uno, y no matemos a nuestros cerdos amigos.

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