sábado, 30 de mayo de 2009

Nada especial

El sol se levanta una vez más en la fría ciudad. De esta forma empieza el viejo y conocido ritmo de los mil y un corazones que viven sin sentido en este hermoso lugar. Las calles al rato se van a llenar: basura, ruido, carros y gente; nada nuevo, nada especial. Muchos cuerpos se bañan, otros muchos han decidido apestar por veinticuatro horas más. El fin de semana se acerca, lo cual significa que también se aproxima la ducha semanal.

El ritual matutino acaba y se va solo por hoy, mañana volverá. Los corazones vacíos de trabajar han parado ya. Se miran, se despiden y no se desean algún mal. Hace tiempo decidieron no decirse más que lo esencial, que en este mundo nadie tiene tiempo para tener amigos. La lumbrera de la noche toma ahora su lugar en la bóveda celestial, esta noche ilumina más que las que vinieron tiempo atrás. El viento corre y los corazones regresan cada uno a su lugar, en pocas horas amanecerá.

Así pasan los días en esta ciudad. No hay nada especial, todo es normal. No hay accidentes, no hay desastres, no hay cosa alguna que sacuda a la gente de su estaticidad. Ellos creen haber hallado la tan ansiada felicidad con sus carros y abrigos, con sus trabajos y su ufanidad. Pero lo único que han conseguido es pintar de arcoiris una piedra; se engañan a sí mismos. Nunca tuvieron felicidad, y tal vez nunca la tendrán.

Nada especial. Cada uno de los días de esa ciudad se puede reducir a esas dos palabras. Y aun si se la tierra moviera sus ciminetos, y un meteoro cayera de los cielos; las vidas de estas personas seguirían reflejando el estado de sus duros músculos cardíacos: oscuros y llenos de frialdad. El saber por que son así no es muy difícil. Lo único que pasó es que buscaron respuestas siempre en un mal lugar. Se rindieron, o tomaron un camino mal, pero todos ellos aquí estan.

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